Partiendo de Quito por la ruta Latacunga –> Pujilí –> Zimbahua –> Quilotoa, atravesando un entorno andino de ensueño con cientos de parches (sembríos) que colorean los cerros y dan a pensar en un gran lienzo tridimensional, con picos montañosos de múltiples y desbordantes formas, a solo tres horas (en promedio) de viaje y por una carretera en buenas condiciones, se arriba al Volcán Quilotoa (3900 msnm. aproximadamente) la ruta constituye un lugar de singular belleza y encanto en medio de los Andes. De ahí te paras en el borde y contemplas, con asombro, una esmeralda incrustada en el fondo del cráter, es que el divisar esta laguna cuyas aguas cambian de color desde el turquesa hasta el azul profundo dependiendo de la posición del sol, con su diámetro de tres kilómetros y sus paredes verticales, es todo un espectáculo.
La comunidad que habita en los alrededores esta, hoy por hoy, encargada de controlar y brindarte servicios, la entrada a la laguna es de un dólar, de ahí desciendes los 440 metros hasta el nivel del agua por un sendero muy marcado, con arenales que permiten deslizarte, arribando en poco mas de media hora a sus orillas.
La gente de la comunidad tiene varios botes, incluso uno es a motor con capacidad para ocho; en este se puede recorrer la laguna el costo es de 1,50 usd. por individuo. Junto a estos, en su muy particular muelle, encuentras un grupo de kayaks. Tomamos uno para dos personas, nos armamos con los chalecos salvavidas y los remos entonces en ese momento: ¡A navegar por el Quilotoa se ha dicho!.
Hasta que integres un ritmo común el movimiento es zigzagueante, después surcas el agua placidamente, su sabor es salado de origen volcánico no apta para el consumo y poco probable para la vida, claro que nuestra imaginación en ese silencio reinante, en el medio de la laguna, con el nivel del agua casi a la par y las burbujas que aparecen desde el fondo, con los picos del cráter contemplándonos y el viento que se deslizaba a ras, nos invitaba a considerar las hipótesis del monstruo del Lago Ness, o esa especie de ballena que no era sino un robot del Dr. Hell en la popular serie “Mazinger Z”, o en cualquier otro espécimen obra de la pantalla grande, culpémosle a esa psicosis de adolescente televisivo que se presenta en los ratos menos necesarios. Igual continuamos avanzando hasta llegar a la otra orilla, desde ahí el muelle era un punto a lo lejos, un breve descanso y nuevamente el retorno pero ahora si, con más calma. Algo más de una hora tomó este recorrido, realmente un deporte intenso y gratificante con razón lo practican tanto los extranjeros. El alquiler del kayak tiene el valor de un dólar por persona.
Para el retorno los arenales que te permitían deslizarte son un arma en contra de tu avance, es mejor buscar por rutas más firmes incluso existen lugares donde se puede escalar, claro con el cuidado que esto implica. La gente del lugar te ofrece mulas para subir solo a cambio de 5 dólares, muy capitalista se vuelve el asunto incluso las fotos en las que les pides que posen como recuerdo, le ponen un valor de 25 centavos, siempre es bueno apoyar a la comunidad pero estos se pasan a ratos.
Si regresas por la misma ruta, la parada inevitable será en Latacunga y sus tradicionales chugchu - faces (spanglish chugchucaras tradicionalmente), de ahí el resto es la panamericana a escasa hora y media de viaje del lugar de partida, que particularmente se hace corto, debido a la memoria distraída y perdida en algún rincón del Quilotoa (diente de reina en quechua).
miércoles, abril 26, 2006
miércoles, marzo 29, 2006
Domingo 19 Marzo 2006,
Los preparativos inician temprano, aun a sabiendas que el paro indígena y su bloqueo de carreteras se retiró tan solo a recargar. El clima capitalino parece sonreír sutilmente y lo tomamos como “a nuestro favor”. Todos con ropa de montaña. Comida y transporte en orden, incluso una bicicleta, no esperada, es acomodada como se puede en el bus. El plan: partir de la tribuna de los Shyris, ir a la tribuna del Sur por más gente, de ahí a Tambillo ubicado en las afueras de Quito, que es de donde parte el ferrocarril.
Se cuenta como experiencia única, el recorrer los paramos andinos en la parte alta del tren, las rutas del viejo Alfaro; usualmente sale de Chimbacalle, pero en este tiempo, por cuestiones de mejora se ha movido a este sitio. Entre tanto hemos aprovechado para conocernos, todos fieles reflejo de una cultura tecnológico – estresante. La expectativa es grande la decepción también al ver un autoferro, algo como un bus para los rieles y la gente que lucha por al menos subir a su techo, nosotros intentamos lo mismo, entonces las palabras cortantes de los controladores envían para adentro a la mayoría, por supuesto ¡no a todos!, dos logran escalar burlando las ordenes. Arriba, una mar de foráneos, arropados cada quien a su estilo, todos luciendo amigables. Preguntamos a la gente que vigila él ¿Porqué no sale el ferrocarril a diesel eléctrico?; malhumorados nos inventan excusas. Cabe mencionar que desde que compramos los boletos jamás nos hablaron del autoferro, pero aquí no nos dejan opción. Es un desperdicio ver la gran máquina a un costado parqueada y aletargada.
La vista es magnifica, atravesamos valles quebradas y hacemos amigos de otras latitudes, la información de los sitios que poseen es ambigua, ellos esperan subir a una parte del Cotopaxi. En poco más de una hora arribamos al centro Recreacional el Boliche, allá es el punto de desembarco. A nosotros nos espera el transporte y una ruta previamente planeada. Los extranjeros no entienden bien donde se hallan, les doy una ligera explicación e invito a un par a que se nos unan, ahora el plan es salir de ahí, entrar por la parte sur del Parque Nacional Cotopaxi y subir al refugio “José Rivas”.
Decidimos por unanimidad abordar la parte alta del bus, para no quedarnos con ganas, algo que pinta una alma de chiva a lo que nuestra imaginación le da el “chiquichiqui tuuuuu”. El paisaje es mucho majestuoso por estos lados, a la izquierda el Rumiñahui y arribamos a la laguna del Limpiopungo, lugar privilegiado por sus gaviotas de páramo y sus curiquingues, el frío nos hace optar por el ingreso nuevamente pa’ dentro del transporte y mientras subimos al último sitio al que llegan los automotores comemos y nos alistamos para caminar hasta el refugio. Se lo ve cerca y la gente comienza a aparecer cubierta con todo lo que puede. Increíblemente el Cotopaxi tiene nieve desde muy abajo, como queriendo hacerle un quite al renombrado “calentamiento global”, la subida dista en altura apenas 300 metros, en teoría, las condiciones del terreno son las que hacen la diferencia, sus arenales cubiertos de nieve, lo alto de donde partimos 4500 m.s.n.m., la inclinación de casi 75 grados etc.
Uno por uno van arribando al refugio, cada quien a su velocidad, las fotos surgen como reconocimiento personal, entramos a conocer el lugar a 4800 metros de altura desde donde, gente con mejores equipos, intentan cotidianamente la ascensión a la cumbre, como ocho horas partiendo en la noche, nos cuentan. Disfrutamos del lugar y salimos rumbo a los glaciares, el clima nos regala una especie de granizo pero muy endeble que acompaña nuestros pasos. La naturaleza, en cambio, envía su mensajero a chequear el recorrido, un zorro que nos acecha con precaución. En el trayecto batallamos, como lo habíamos imaginado con la nieve, ¡ojalá las guerras fueran de este tipo!. Comenzamos el descenso hacia el bus y empieza a nevar, un espectáculo que de por sí es un premio a todos, el descenso no nos causa complicaciones mas de lo esperadas. En el bus mi bicicleta lista para lo que vino, el plan: bajar por esos caminos nevados hasta la gran planicie, la adrenalina inunda la visión y uno, con dos ruedas, se siente dueño del entorno. La paz y la quietud son solo rotas con unos frenasos y unos movimientos para esquivar lo agreste de la travesía. El silencio nuestro cómplice y libertad alrededor, nuestro regalo.
El bus llega poco después con toda la gente hasta donde lo espero, subo e iniciamos el retorno por la zona norte del Parque Nacional Cotopaxi. Atravesarlo fue indiscutiblemente una buena idea, vamos viendo los paisajes y sonriendo por todo lo acontecido. A la derecha el Sincholagua, frente a nosotros el Pasochoa, a la izquierda el Rumiñahui y detrás el mítico Cotopaxi (cuello blanco de luna en lengua ancestral). Saliendo aparecen dos caminos uno rumbo a Machachi otro a Sangolquí, como conocemos el primero lo elegimos, pero la temporada invernal a creado pequeños riachuelos que impiden el paso, entonces apostamos por el segundo que en una parte nos envía nuevamente por el camino a Machachi y después de un par de horas llegamos a la carretera principal, la panamericana.
Jornada increíble y completa la que se vive por esos lugares, conocerlos deja un sabor dulce en tu boca, la naturaleza siempre tiene la magia de hacernos querer volver a lo primario.