Desde Baños partimos temprano en la mañana, a eso de las ocho y media del amanecer. Para un trío de amigos, que disfrutó de la rumba hasta altas hora de la madrugada en esta sugestiva ciudad, estaba todavía oscuro; es que Baños, la puerta a la aventura junto a su Tungurahua flameante con lahares y todo, sus precios económicos su ambiente calmo y de bienvenida junto con su clima y geografía mas el jugo de caña e infinidad de posibilidades, son una invitación para los deportes extremos. La mejor idea es partir desde el sábado por la tarde desde la capital, hacer un alto en Latacunga y sus legendarias chugchucaras, que últimamente han subido mucho de precio: carísimas, llegar, pasar la noche y disfrutar del hospedaje de esta gente que hoy por hoy tiene en el turismo una gran entrada. Pero mejor sigamos con lo que comenzamos, el transporte te lleva una hora vía al oriente cruzando por el verde país, sus túneles sus cascadas, sus ríos, en fin toda esa singularidad que poseen las rutas ecuatorianas. Veinte minutos mas allá de Río Verde y te encuentras con el Pastaza, limite provincial para la mayoría, un río de la amazonía para otros pero pa’ nosotros la oportunidad, única en su especie, de aventurar ese espíritu citadino tan adormecido por la rutina. El grupo es variado, un español, un bus completo de alemanes, par de ecuatorianos y los infaltables guías que hacen sencillo al asunto. El equipo consta de un termosuit (pa mantener el cuerpo caliente), chaleco salvavidas que fácilmente sortea ríos categoría 5 (el Pastaza es “3+” en lenguaje de rafting algo como el nivel de dificultad, cabe destacar que solo hasta ríos 4 es posible practicar este deporte) un casco, un remo y un bote. Un guía comanda cada embarcación, las indicaciones son indispensables, te enseñan desde un juego de ordenes básicas de direccionamiento hasta que hacer y como subir nuevamente a la embarcación. El trabajo en equipo, la coordinación, la templanza, son parte fundamental, todos juegan el mismo partido, entonces arrancas. El río se ve desafiante, el guía conduce por recovecos, piedras, rápidos más rápidos y rapidísimos. Clavas tu remo en el agua aunque en ocasiones remas en el aire, pues, el bote se alza o se tambalea por lo que cuesta mantenernos sobre él, incluso giramos 360 grados en la corriente como toreándole al Pastaza, pero no todos tienen la misma suerte, algunos van al agua y son rescatados prontamente, otros viran el bote con todo y expertos. Igual es un todo de adrenalina que te hace gritar cuando superas un trecho complicado o imaginarte en un barco de esos vikingos con el tambor y a remo limpio coreando el: “remen, remen ...”, en ciertas partes es posible tirarse al agua y deslizarte con la corriente junto al bote. El traje que llevas te mantiene a buena temperatura y no importa que por instantes llueva copiosamente en el trayecto o que de plano los del bote contrario te empapen, esto solo hace más intrépido al asunto, los entornos naturales que cruzas son increíbles, alrededor peñas, vegetación, el río serpenteando que forma vados, pequeñas playas, islotes por doquier. Poco más de dos horas toma el viajecito, luego de lo cual el lunch ofrecido es bienvenido, a estas alturas y después del esfuerzo, todo sabe delicioso. En corto tiempo regresas a Baños de Agua Santa desde donde empiezas las 3 horas y un algo mas hasta Quito, claro haciendo escala en las chugchucaras latacungueñas y si es posible en los helados empastados de “La Avelina”. Pero aun me quedo con la duda de ¿Cómo se les dice a los habitantes de la ciudad de Baños?: quizá Banenses, como nos dijo alguien o era Baneños o Bañenos o Bañenses . . .?